En Libia,
un sordo de remate
silencia
los ojos de
6 millones
de libios lívidos.
Los entierra a base
de golpe y trueno,
de trono y rayo.
La revolución,
mientras tanto,
impregna el suelo y
hierve
la sangre de
los caídos.
Hierve la sangre
y hierve
el mar,
y braman
los árboles
y el v i e n t o.
“Dispara contra su
propio gente” dicen,
por otra parte,
los señores de
mediocridad podrida
desde su altos castillos
de indiferencia.
Entonces, se
clavan en mi
pecho sus palabras
como los
mordiscos
de un águila
de hierro.
¡Ahí, ahí está la muerte!
En hablar de
propia gente y
de
g e n t e a j e n a.
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