"Somos el singular plural en singular. Somos el individual grupo que representa a los siempre jóvenes viejos de la juventud, juventud inquieta, joven inquietud. Somos tan "de prosa" como el poeta y tan "de verso" como el crítico. Somos tan humoristas que te emocionamos, y tan románticos que te echarás a reír. Somos tan indefinibles, que el simple acto de definirnos sería en sí una paradoja."

lunes, 19 de marzo de 2012

Cuento Para Dormir

   Se despertó de un susto al sentir algo en su hombro izquierdo. Su compañero de asiento seguía dando golpes de cabeza, a un lado y al otro, aunque no por ello parecía alterar su sueño, en el que se encontraba inmerso desde que el autobús había salido de la ciudad. 
   A estas alturas del viaje ya era imposible acertar dónde se encontrarían. La noche cerrada se había comido todo el paisaje, y el negro cubría cada una de las formas que pudiera haber al otro lado de la ventana. Le gustaba pensar que viajaba en una nave espacial y que la inmensidad del universo la rodeaba y envolvía, y que el vacío la sujetaba sin dejarle caer. 
   A lo lejos vio, y no vio, y vio, y no vio, un pueblo iluminado que aparecía y desaparecía en la oscuridad de la noche. Probablemente se encontraran en algún punto del trayecto en el que a los lados de la carretera hileras de arbustos interrumpieran (y no interrumpieran) las pocas fuentes de luz que allí fuera había. Pero a ella le gustaba más pensar que se trataba de una lejana ciudad intermitente. Como una estrella que palpita y cuya luz no es constante, dada la distancia a la que se encuentra y los cientos de miles de años que hace que se apagó. 
   Le encantaba imaginar que en esa ciudad habitara alguien que pensara como ella. Que no estuviera en los sitios en los que estaba, sino que viajara mentalmente a lugares mucho más maravillosos y lejanos que aquellos a los que un simple autobús pudiera llevarle. Lo real era, para ella, más fantástico que la fantasía. 



   Se despertó de un susto al sentir algo en su hombro izquierdo. Su madre había entrado en la habitación y con la linterna le iluminaba las zapatillas para que se levantara. La rutina era la misma cada jueves de madrugada. Cada uno de los habitantes de Villaluna se colocaba en sus puestos, con la mano en el interruptor y una ilusión que sólo Tesla podría comprender.  
   Así que se puso las zapatillas y bajó a la cocina, donde se encontraba la bombilla que a él se le había asignado. Cinco, cuatro, tres, dos, uno… tocaron las tres y todos y cada uno de los villalunenses encendieron las luces de sus casas. Cinco, cuatro, tres, dos, uno… las apagaron. Cinco, cuatro, tres… Las encendieron, las apagaron, las encendían, las apagaban.  
   La diversión duraba apenas quince minutos, hasta que el reloj del salón volvía a sonar y los nervios se iban, las zapatillas se quitaban y todos volvían a la cama. Pero la ilusión no desaparecía y aquellas noches, cada jueves, él tenía los mejores sueños que nadie pudiera imaginar. 
   Sabía que aquello que hacían no tenía mucho sentido. A él también la había costado entenderlo cuando sus padres se lo explicaron por primera vez. Simplemente era la tradición y todos debían conservarla aunque no subieran muy bien por qué (cada uno tendría sus motivos).  
   Pero a él le gustaba pensar que desde la carretera, el pueblo en el que había crecido y del que nunca había salido, podría parecer una lejana ciudad intermitente. Le encantaba imaginar que por aquella travesía algún día podría pasar alguien que pensara como él. Que no estuviera en los sitios en los que estaba, sino que viajara mentalmente a lugares mucho más maravillosos y lejanos que aquellos a los que un simple autobús pudiera llevarle. La fantasía era, para él, más real que la realidad. 

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